lunes, 28 de julio de 2008

LOS NIÑOS NECESITAN LÍMITES FIRMES (Si bemol)

Cada vez son más numerosos los padres de niños muy pequeños (de 3 a 5 años) que se quejan porque no saben qué hacer para controlarles, que sus hijos no les obedecen, y que se enfrentan a muchas situaciones en las que los niños se comportan como pequeños tiranos que mandan sobre sus propios padres. Y se preguntan: ‘Si hacen esto ahora, ¿qué no harán cuando tengan 15 años?’

Muchos de estos casos están reflejando un problema educativo muy frecuente en nuestros días: la dificultad de muchos padres para poner límites firmes y eficaces a sus hijos desde sus primeros años. Poner límites a los niños es fundamental, no solo porque así la convivencia es más armónica sino también porque los niños son los primeros interesados y beneficiados de que se les marquen unas normas que, además de infundirles seguridad, les van a permitir adaptarse mejor a las normas y límites sociales en su vida social y adulta.
Uno de los errores que pueden cometer algunos padres es el de establecer “límites blandos”, como los denomina R.J. MacKenzie en su obra “Poner Límites. Cómo educar a niños responsables e independientes con límites claros”.

Este autor caracteriza los límites blandos como “Cuando NO significa SI, A VECES, o QUIZÁ”. Es decir, le estamos diciendo ‘No’ al niño, pero al no hacerlo con firmeza, el resultado es que el niño sigue portándose mal, no obedece, discute, etc.
Un ejemplo cotidiano y muy común del establecimiento de un límite blando es cuando los padres tienen que repetir una y otra vez las cosas al niño y hasta que no le dan un grito, éste no termina de hacerles caso.
Establecer límites firmes no significa emplear castigos u otros métodos punitivos sino, al contrario, actuar con serenidad pero con firmeza y de manera consistente.

Estos consejos para establecer límites firmes están inspirados en la obra de dicho autor:
1- El mensaje o la norma debe centrarse sobre la conducta:
Si queremos que un niño haga o deje de hacer algo hay que decírselo con claridad, centrándonos en lo que queremos que haga o deje de hacer, es decir, en la conducta en cuestión, no en la actitud o en la valía del niño. Por ejemplo, si el niño nos interrumpe cuando estamos hablando con otra persona habría que decirle “Espera a que termine de hablar” o “No me interrumpas cuando hablo con otra persona”, en vez de “No seas pesado” o “Compórtate como un niño mayor”.
2- Ser lo más concretos posible, es decir, ir al grano: A la hora de establecer el horario de llegada a casa de un adolescente habría que concretar, por ejemplo: ‘Vuelve a casa antes de las 10’. No sería adecuado el mensaje ‘Vuelve pronto’ o ‘No llegues tarde’.
3- Hablar con calma, no hace falta gritar: Dar las órdenes o instrucciones en un tono de voz normal puede trasmitir más firmeza que dar un grito, que sólo significa que se empieza a perder el control en uno mismo.
4- Si es necesario, fijar la consecuencia que traerá consigo el incumplimiento de la norma o límite: En el ejemplo anterior del horario, si pensamos que el adolescente puede saltarse la norma sería bueno el recordarle la consecuencia: ‘Ya sabes que si llegas más tarde de las 10 el próximo sábado no podrás salir’.
5- Y lo más importante: actuar en consecuencia. Un límite es firme si siempre lleva aparejada la consecuencia. La consistencia es el punto más importante del establecimiento de límites: cuando el niño sabe que siempre sus padres actúan como han acordado, tendrá en cuenta la norma y la respetará.

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